lunes, 23 de noviembre de 2009

Pasar una semana de noviembre


He arrancado el mes un poco a trompicones. Aún estoy intentando recuperarme del arranque del curso, que siempre tiene una parte pesadilla a la que me acostumbro como puedo y este año una parte prometedora, imprevisible, absolutamente nueva en mi familia: mi hija Marta ha empezado en la facultad. No sé si para mi padre supuso algún orgullo el tener un hijo universitario, igual ya le cogió algo mayor y con otros hijos que quizás le dieran otras “satisfacciones” o nietos. En fin, para mí aunque suene un poco a ñoñería, me causa una mezcla de agradables sensaciones e inquietud el que Marta enfoque su objetivo para conseguir ser maestra. Ya veremos cómo se va desenrollando este hilo de cometa y en qué corriente de aire acaba volando. Confío en que vaya bien. Ya lo diré, ya lo contaré.

Así he arrancado, pero este noviembre que nos está regalando por estos lares una segunda primavera está contribuyendo a ser un mes de transición agradable hacia el invierno y las pascuas que tanto me gustan. En este mes siempre se producen acontecimientos importantes que no siempre puedo o sé aprovechar pero que este año, seguramente porque tengo uno más, me he propuesto no dejar pasar.

Como he dicho al principio, hablaré de mi semana de noviembre. El martes 17, día de Santa Isabel de Hungría, nos encajamos el pibón y yo en el teatro Maestranza para flipar con la actuación de Cassandra Wilson y su banda (el jazz es otra de mis debilidades). Esta mujer es una persona muy particular a la hora de entender la música y no menos particular a la hora de interpretar. Me encanta el jazz porque lo único que sabes es como empieza, es como cuando empiezas un libro o como cuando escribes, nunca sabes cómo vas a acabar (como la caja de bombones de Forrest Gump). Grandísima la banda que acompañó a Cassandra Wilson, grandísimos los bajos de esta voz negra en la versión de “to say goodbye” (Pra Dizer Adeus de Elis Regina). Para el contraste del dulzor del concierto, después nos pasamos por el bar de Horacio en la c/Antonia Díaz, donde dimos cuenta de algún pinchito de langostinos con dátiles y otras esquisiteces regadas con un buen Rioja.

El miércoles, el pibón y yo nos lo habíamos pedido de vacaciones, así que niños en colegio y facul+mañana soleada en Sevilla=desayuno en Triana+paseo y visita a la exposición de pintura de la Casa de Alba en el Museo de Bellas Artes que desde aquí recomiendo a todos por su variedad y calidad. Ya sabemos que los señoritos de la casa de Alba, aparte de ser una fuente de ingresos cojonuda para toda la carroña de la prensa negra (por otros llamada rosa), se dedicaron durante toda su vida a gastar parte de su incalculable fortuna en arte y mecenazgos y aquí estamos nosotros para disfrutarlo. Con lo que más flipé: el cuadro de Marc Chagall por el azul (os he puesto una foto arriba) y el Zuloaga de la duquesa niña a caballo, por lo moderno y naif. Merece la pena, va a estar hasta después de Reyes.

La semana la hemos rematado con un “poquito” de senderismo con amigos y familia a Benaocaz desde el puerto del Boyar pasando por el salto del cabrero, en el parque natural de Grazalema. Prometo colgar alguna foto. Creo que no me he comido un bocata más a gusto en mucho tiempo como el del sábado pasado sentado al sol en una ladera de roca delante del barranco del salto del cabrero, observando el interminable planeo de los buitres negros.

El domingo tuve que ir por una garrafita de mosto de la bodega de Francisco salado de Umbrete para reponernos. Para sobornar a mis niños tuve que invitarlos a un montadito en la bodega de Gaviño de la Pañoleta. Les encanta que no tengan platos y que te sirvan las tapas en papel de estraza. Creo firmemente que esto debe formar parte del itinerario educativo de nuestros hijos. Seguro que a esto se apuntan más que a clases de educación para la ciudadanía cívico social y formación del espíritu nacional o la madre que los parió. Espero que este otoño presagie un buen invierno. A más ver hermanos.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mangazos y egipcios.

A medidados de los años 50, recién terminada la época de las cartillas de racionamiento, harinas de garbanzo, archicoria, cocinas económicas y demás, mi padre me contaba que para poder contribuir a los gastos que se le venían encima por una operación de riñón a la que hubo de someterse mi madre, se dedicó por un tiempo, valiéndose de su condición de ferroviario, a pequeños trapicheos y estraperlos. Para ello, cuando llegaba a la antigua estación de Plaza de Armas, procedente de Algeciras, para que los carabineros no le registraran, les ofrecía un cigarrito en cuyo interior iba envuelto un billete. Una tía abuela de mi mujer en Cádiz fue detenida en esos años por llevar bajo la ropa más barras de pan que las que le correspondían del cupo de racionamiento.

Seguramente, el hambre, la necesidad, te empujan a emplear cualquier medio a tu alcance para salir de una situación complicada, pero imagino que llega un momento en el que te frenas, paras, te asomas y eliges no seguir caminando por la cornisa, cuando ya no es necesario. Hay un pequeño consuelo, cuando miras a tu alrededor y te preguntas si has causado algún mal a alguien. Seguramente no y deduces que el fin ha justificado los medios, por una vez en la vida.

Pero la cosa empieza a ponerse peor, cuando coincides con algún Mario Conde de la vida en cualquier foro de opinión o entrevista en la tele; con algún Dioni, actualmente agente inmobiliario, con algún malayo…y concluyes, “pero qué coño, si estos se lo llevaron calentito y están en la calle viviendo como Dios”, lo mío es de tonto, con mayúsculas, subrayado y arial 50.

Ahí creo que radica uno de los origenes del problema. No sabes a quién le quitas algo, de hecho puedes ser tan imbécil que crees que le estás mangando a alguien que no tiene cara y que por tanto no es una persona, al Estado, a la Diputación, al Ayuntamiento, a la Mancomunidad, a la Compañía del Gas o de la Luz, a los accionistas, ¿Quién coño serán los accionistas?. Incluso peor, puede ser que la cara que le pongas sea la de un político rastrero de tres al cuarto al que igual no le tienes simpatía, algún banquero o presidente de una gran compañía y piensas que le birlas algo de su cartera, para fastidiarle la cena en el Bulli del sábado o la montería del domingo. Y lo más de lo más, “para que se lo lleve otro, mejor me lo llevo yo”.

La vorágine de corrupción-mangazo-trincamiento-“dónde está la bolita, aquí o aquí” con la que estamos ultimamente conviviendo día a día, nos está llevando a una situación de saqueo sin control que está empezando a dar mucho miedo. Y hablo de saquear nuestras conciencias, que lo demás ya está bastante esquilmado. Cada día es más dificil creer en un sistema que no activa a tiempo sus controles para evitar estos asaltos a cara descubierta y proteger a la legión de “carteras desvalijadas” que lo sostenemos. Miras las comisiones que te cobran los bancos por nada, los descuentos de IRPF y seguridad social de tu nómina, el IBI, el puto sellito del coche, el impuesto de matriculación, las tasas de mil tipos que por el simple hecho de vivir y morir tienes que pagar y luego llegas a la conclusión de que es tu cara la que estos malnacidos tenían que ver cuando hacen el egipcio (utilizando un simil de mi admirado Forges) y obtienen el doctorado en trincología.

Y son sus caras las que debemos recordar cuando cojamos bache tras bache, perdamos vida en los atascos, nos la juguemos en la carretera, suframos el transporte público, los experimentos educativos, las colas innecesarias y sin explicación, y finalmente el que quiera y crea, que vaya a votar. En esos momentos, acordémonos de sus caras y olvidémonos de ellas cuando acaben donde tienen que acabar, en el trullo. Que sus jurdeles sirvan para reparar todo lo que han jodido.
Viva Alcorcón.

martes, 3 de noviembre de 2009

Otra sobre vinos y olores


Ultimamente vengo comprobando la riqueza literaria del castellano aplicada al vino. Una buena nota de cata es como un prólogo de un libro, aunque a veces pueda convertirse más en su epílogo. Debo confesar que a mí las notas de cata me predisponen cuando pruebo un nuevo vino, hay grandísimos escritores escondidos en las bodegas y cocinas de este país. En ocasiones es como un fragmento de la obra pendiente de publicar de Millenium, que dependiendo del nivel de adicción que tengas a la trilogía, puede hacer que tu curiosidad elimine cualquier aspereza literaria y sea capaz de digerir cualquier cosa que leer, hasta el depósito legal y la fecha de la 1ª edición y posteriores. Otras veces, igual te alerta sobre detalles que nunca considerarías y que forman parte de las impresiones personales del sumiller, que aunque no dudo de su opinión cualificada, no deja de ser una opinión.

En mi caso, cuando me encuentro frente a un sumiller, calibro mi nivel de entrega. Creo firmemente que su cometido principal es completar el disfrute de la comida, y conseguir que todas las elecciones que haga el cliente sean “espléndidas”. Cuando doy con una persona que cumple con esta premisa, me entrego sin remisión. Ahora compro vinos asiduamente, soy capaz de situar en el mapa las principales denominaciones de orígen, el vino de guisar es el único que entra en casa en formato tetrabrick, tengo la vitrina poblada de diferentes tipos y tamaños de copas, tengo un decantador, tres sacacorchos y el convencimiento absoluto de que los romanos y los griegos no tenían dioses del vino por gusto.

Volviendo a la parte literaria, he traído una retahíla de adjetivos y expresiones que he entresacado de algunas notas de cata. Os recomiendo de todo corazón su lectura. Si después de esto no os apetece descorchar una buena botella, algo en vuestro interior está oliendo a cadáver.

"Aroma de buena intensidad, con madera tostada en primer plano, con un puntito de laca de uñas, finas sensaciones florales. En nariz es especiado (pimienta, vainilla), ofrece pequeños frutos rojos maduros (cerezas, moras), regaliz, plantas de monte bajo, hierbas aromáticas.
Recuerdos especiados y de incienso, de hierbas aromáticas y plantas, cacao y fruta madura (cerezas), caramelo inglés.... La primera impresión son recuerdos de acetatos (barnices) que se van marchando con la oxigenación. Detrás van surgiendo muchas cosas; especias, cacao, tierra mojada (setas, champiñones), fruta madura... Es un vino de color prudente, dominado por un veloz baile en copa que invita a pensar en suaves texturas. Aromas puros y sutiles de zarzamora, bien mezclado con una selección de cacaos y lácticos. Unos livianos movimientos hacen que se desprendan emocionantes esencias de mina de lápiz y tinta china."

Con un pequeño esfuerzo, soy incluso capaz de visualizar estas sensaciones. La compañía en la comida y lo que los gastrónomos llaman un correcto maridaje de los vinos, completan este paseo que no podrás capturar con ninguna cámara digital por muchos megapixeles que tenga y que perdurará de verdad en tu recuerdo. A lo mejor es entrenamiento o, seguramente, la edad pero cada día recuerdo más olores y sabores. Ya me queda menos para captar ese “color prudente, esa emocionante esencia de mina de lápiz o ese aroma a plantas de monte bajo”.

No hay duda de la relación entre el vino y la literatura, de hecho, una de las interpretaciones del cuadro de los borrachos de Velázquez que os he puesto arriba, es la de que Baco coronaba con un ramo de hojas de vid, a uno de los siete borrachos que lo rodean y que podría tratarse de un poeta inspirado por el vino. En fin no seré yo quien dude de esta licenciosa interpretación.

Dado como está el patio y la altura literaria que ha alcanzado la cata de vinos, quiero romper una lanza a favor de otros olores y aromas que no debo olvidar y que aunque no están recogidos en ninguna nota de cata, forman parte de mi vida, y a los que quiero dar la “altura literaria virtual” que se merecen. A saber: el aroma del serrín en el suelo de los bares, el fuerte olor del aliño de las aceitunas gordales, el rancio olor a taberna, las cáscaras de los cacahuetes, el olor a taifol y zotal de los servicios de los bares por las mañanas, la carne de pinchito en la plancha de las cocinas, el adobo del pescaito, el queso viejo recién cortado, el pan calentito de la talega, la fragancia de la chacina y del jamón colgados con su estalagtita de grasa amenazando la “pulcritud” de la barra,…

Está claro. Uno de mis objetivos en la vida es exprimir al máximo los sentidos y registrarlos en la memoria. Es lo único que pienso llevarme para la eternidad. Hermanos, creo que por fin llega el otoño de verdad y comienza a correr el mosto por el Aljarafe.