miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mangazos y egipcios.

A medidados de los años 50, recién terminada la época de las cartillas de racionamiento, harinas de garbanzo, archicoria, cocinas económicas y demás, mi padre me contaba que para poder contribuir a los gastos que se le venían encima por una operación de riñón a la que hubo de someterse mi madre, se dedicó por un tiempo, valiéndose de su condición de ferroviario, a pequeños trapicheos y estraperlos. Para ello, cuando llegaba a la antigua estación de Plaza de Armas, procedente de Algeciras, para que los carabineros no le registraran, les ofrecía un cigarrito en cuyo interior iba envuelto un billete. Una tía abuela de mi mujer en Cádiz fue detenida en esos años por llevar bajo la ropa más barras de pan que las que le correspondían del cupo de racionamiento.

Seguramente, el hambre, la necesidad, te empujan a emplear cualquier medio a tu alcance para salir de una situación complicada, pero imagino que llega un momento en el que te frenas, paras, te asomas y eliges no seguir caminando por la cornisa, cuando ya no es necesario. Hay un pequeño consuelo, cuando miras a tu alrededor y te preguntas si has causado algún mal a alguien. Seguramente no y deduces que el fin ha justificado los medios, por una vez en la vida.

Pero la cosa empieza a ponerse peor, cuando coincides con algún Mario Conde de la vida en cualquier foro de opinión o entrevista en la tele; con algún Dioni, actualmente agente inmobiliario, con algún malayo…y concluyes, “pero qué coño, si estos se lo llevaron calentito y están en la calle viviendo como Dios”, lo mío es de tonto, con mayúsculas, subrayado y arial 50.

Ahí creo que radica uno de los origenes del problema. No sabes a quién le quitas algo, de hecho puedes ser tan imbécil que crees que le estás mangando a alguien que no tiene cara y que por tanto no es una persona, al Estado, a la Diputación, al Ayuntamiento, a la Mancomunidad, a la Compañía del Gas o de la Luz, a los accionistas, ¿Quién coño serán los accionistas?. Incluso peor, puede ser que la cara que le pongas sea la de un político rastrero de tres al cuarto al que igual no le tienes simpatía, algún banquero o presidente de una gran compañía y piensas que le birlas algo de su cartera, para fastidiarle la cena en el Bulli del sábado o la montería del domingo. Y lo más de lo más, “para que se lo lleve otro, mejor me lo llevo yo”.

La vorágine de corrupción-mangazo-trincamiento-“dónde está la bolita, aquí o aquí” con la que estamos ultimamente conviviendo día a día, nos está llevando a una situación de saqueo sin control que está empezando a dar mucho miedo. Y hablo de saquear nuestras conciencias, que lo demás ya está bastante esquilmado. Cada día es más dificil creer en un sistema que no activa a tiempo sus controles para evitar estos asaltos a cara descubierta y proteger a la legión de “carteras desvalijadas” que lo sostenemos. Miras las comisiones que te cobran los bancos por nada, los descuentos de IRPF y seguridad social de tu nómina, el IBI, el puto sellito del coche, el impuesto de matriculación, las tasas de mil tipos que por el simple hecho de vivir y morir tienes que pagar y luego llegas a la conclusión de que es tu cara la que estos malnacidos tenían que ver cuando hacen el egipcio (utilizando un simil de mi admirado Forges) y obtienen el doctorado en trincología.

Y son sus caras las que debemos recordar cuando cojamos bache tras bache, perdamos vida en los atascos, nos la juguemos en la carretera, suframos el transporte público, los experimentos educativos, las colas innecesarias y sin explicación, y finalmente el que quiera y crea, que vaya a votar. En esos momentos, acordémonos de sus caras y olvidémonos de ellas cuando acaben donde tienen que acabar, en el trullo. Que sus jurdeles sirvan para reparar todo lo que han jodido.
Viva Alcorcón.

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