lunes, 17 de mayo de 2010

Aventura familiar en Lutecia .III

La Place de la Concorde. Bueno, aunque los gabachos insisten en que fue un regalo de Egipto y que posteriormente los franceses correspondieron con un reloj que nunca funcionó, yo creo que habría que preguntar a los egipcios. De todas formas, santa Rita Rita y aquí está este imponente obelisco en el centro de la plaza. No sé si en el mismo lugar pero cerca de donde se ubicó el gran invento de la revolución francesa: la guillotina, de tan aciago recuerdo para Luis XV y María Antonieta. Es absolutamente impresionante y en una de sus caras está representada la forma en que se desmontó y transportó en barco hasta París. Lo que viene siendo una auténtica peoná. Está coronado por una especie de pirámide dorada.

Apoyados en la fuente de la plaza y relajados por el fresquito de las gotas que salpicaban, se veía a lo lejos el museo del Louvre, más allá de los jardines de las Tullerías. Ya he dicho que el tiempo en estos días de abril ha sido increíble, algo afortunadamente habitual para los que venimos del sur pero para estas criaturitas, cuatro días de sol de justicia era la maravilla de las maravillas.

Las Tullerías es un inmenso jardín que acaba a las puertas del Louvre y que en este brillante día de abril que nos tocó, parecía un documental de la 2 con cientos de lagartos al sol, quiero decir personas humanas. Flores de todos los colores, estanques y estatuas (o a lo mejor eran parisinos tostados), gente leyendo sentados en sillas alrededor de lagos artificiales, muchísimo vendedor ambulante de bebidas, ninguna alcohólica por cierto. Si quieres alcohol en París, más vale preparar la visa para el susto. Y por supuesto cienes y cienes de visitantes como nosotros que no podíamos por más que disfrutar del momento y del camino.

Al final de las Tullerías, nos encontramos con un arco coronado por una escultura de una cuadriga dorada. Parece que este arco lo mandó construir Napoleón en un alarde de autobombo porque ganaba siempre en los juegos de guerra. Si te alineas correctamente puedes ver a través del arco, la pirámide de cristal del museo del Louvre.

A la derecha y cruzando nuevamente el Sena (este río tiene más puentes que…vale no voy a hacer el chiste fácil de los funcionarios que anda la cosa jodida últimamente), llegamos a la zona donde están los buquinistas, puestos de libros usados, publicaciones y revistas antiguas, láminas y reproducciones…lo que viene siendo mi paraiso particular. Compramos algunas láminas que adornan enmarcadas en casa y que se encargan de recordarme cada día el sitio de donde vinieron.

A estas alturas estábamos un poco como los corredores de maratón en el km. 40 de carrera, así que cruzamos Le petit pont nos hicimos un par de fotos con Notre Dame de fondo y a buscar la boca de metro más cercana.

Metro-tren-hotel, cómo era aquello… “crisol de culturas” o “cubata de razas”, en fin, alojados en un vagón de metro/tren de cercanías de dos plantas, rumbo al hotel, nos repartimos para poder descansar estos cuerpos humanos tan maltratados por las caminatas parisinas. Me encalomé como pude en el piso superior del vagón. De frente en los cuatro asientos del fondo, un grupo de africanas con vestidos multicolores reían y vociferaban en vaya ud. a saber qué lengua. A mi izquierda, dos colegas con gorros rastafaris con la bandera de Jamaica dormitaban tranquilamente. Detrás, una familia oriental daba de comer a un niño. Fin de trayecto en la estación de Marne-La Vallé, hacia las siete y media de la tarde. Pero ojo, que aún no toca descansar que tenemos mesa para cenar en el café de Mickey. Al hotel, a la ducha y a rematar el día.

Has intentando cenar en un sitio donde Goofi, Pluto, Mickey y todos sus colegas andan correteando de mesa en mesa, cantando cumpleaños feliz a los afortunados y sin parar de bailar? Difícil no? Pues lo conseguimos…el postre para los “niños” era un bufé de chuches…las hamburguesas tenían forma de Mickey…para los niños estaba siendo como unos reyes magos que duran mucho más de un día…y debo confesar que para mí, la mayor parte del viaje también lo fue.

El día que regresábamos nos dio tiempo a emplear la mañana en hacer algunas compras de recuerdos y regalitos en los parques y en acabar de reventar la cámara de fotos y las atracciones que se ponían a tiro. Nos pulimos para comer unos perritos calientes (más bien perrazos) que nos os voy a decir lo que parecían, pero tengo, como no podía ser de otra forma, fotos del evento.

Volando de regreso, el pibón y yo brindamos con una copa de cava (en vaso de plástico, ya sabemos cómo va esto de los vuelos) que nos supo a gloria.

Fin de la tercera puntatta y del viaje. Si me acuerdo de más cosas, volveré a palizearos.

A bien tôt mes amis. Estos gabachos son cursis hasta para despedirse pero no puedo negar que parece que cantan cuando hablan.

Aventura familiar en Lutecia .II

Continuando con el relato de la escapadita gabacha, voy a contaros cosas de la excursión a la ciudad de París. Tras dos días intensivos en los parques que inventara nuestro crionizado amigo Walt, decidimos hacer un impass y respirar otros aires y otro ambiente.

Así que después de desayunar como campeones y de pertrechar el bolso de mi hija Marta hasta la bola de croasanes, nos encaminamos a la estación de trenes de cercanías de Marne –la Vallé que está muy cerca de nuestro alojamiento y de los parques, nos sacamos unos bonos de transporte para toda la tropa y vamos que nos vamos.

Tengo que recomendar una especie de guía de viaje que nos bajamos de internet de un blog de alguien que lo tituló, un día en París. Genial si tu objetivo es castigar bastante la suela de los zapatos, disfutar con lo que ves y que tu bolsillo se entere lo menos posible.

Tras alguna peripecia por el metro, emergimos a la superficie de la ciudad junto al Hospital de los Inválidos. Edificio dedicado a museo del ejército con una colección de cañones de todos los tamaños, modelos y con el marchamo colocado de las batallas en las que habían participado. Aparte de para estos menesteres, este edificio alberga también la tumba del petit cabrón (como diría mi admirado Pérez Reverte), comunmente conocido como Napoleón Bonaparte.

Inmensas praderas de cesped te llevan hacia el Puente de Alejandro III. Tanto verde parecen interminables campos de fútbol, aunque había cartelitos por todas partes donde prohíben expresamente echar una pachanguita (“Juego de balón estrictamente prohibido”), pero la realidad era que había grupos con porterías improvisadas con mochilas. Días como estos no deben ser muy habituales por estos lares. Paseando por esta zona un traseunte de traje oscuro le preguntó a Juli por el Hospital de los Inválidos a lo que el colega le indicó perfectamente en no se qué acento. Casualidad absoluta. Lo único que conocía de París hasta ese momento, qué tío.

Pasamos a la otra orilla del Sena, cruzando este puente, construido en honor parece ser de algún Zar de todas las Rusias y nos encaminamos hacia las cercanías de la torre Eiffel, pasando junto a la estatua de La Fallette. En este parquecito abordó al pibón una mujer que le preguntaba si se le había caído un anillo de oro que acababa de encontrar (cuidadín con esta gente que lo unico que intentan es sacarte la pasta). A la voz de taluego lucar y más mosqueado que un pavo en navidad, continuamos camino flipando con los barcos vivienda amarrados en los muelles en dirección al siguiente puente que nos devolvía a la ruta hacia la torre Eiffel.

Antes de llegar a la torre, nos encontramos con un edificio con la fachada cubierta literalmente de cesped, hasta la azotea. Me encantaría ver cómo lo cortan cuando crece, tiene que ser divertido, porque para regarlo ya tiene un riego automático que salpica de lo lindo. Unos metros más adelante y al doblar una esquina, ahí está el armatoste de hierro universal que ideó el amigo Eiffel para la expo y que inauguraron en 1.889. Nos hicimos las fotos de rigor, nos compramos un helado, nos sentamos un rato en el cesped a cepillarnos algún croisant y Marta disfrutó trapicheando y regateando con los negros que te venden llaveritos de la torre.

Ambientazo, donde los haya. Mientras cientos de personas hacían cola para subir, cientos de personas se hacían fotos y cientos de personas intentaban venderte cualquier cosa. Aquí evidencié que París debe ser la ciudad más visitada del mundo. O eso, o estaba a punto de salir la Macarena.

Continuamos nuestro paseo, cruzando hacia la Plaza del Trocadero (el mejor sitio sin duda para las fotos de la torre y de los campos de Marte), donde descansamos un buen rato mientras un grupo de bailarines tipo “fama a bailar” hacían las delicias de la afición. Detrás, un grupo de manifestantes reivindicaban el recuerdo de las personas que murieron en la catástrofe nuclear de Chernobyl (te ponía los vellos de punta la pradera llena de fotos de los muertos). Digo yo que debe ser un lugar muy concurrido para las protestas porque justo al lado de la entrada del metro había una manifestación de inmigrantes que parecían cabreados por la nueva legislación francesa sobre estancia en el país.

Después de bordearlos (rodearlos para entendernos), nos dirigimos al metro camino de la Place Charles de Gaulle y por tanto al Arco del Triunfo. En el metro está todo bastante indicado y sin muchas dificultades encontramos la línea correcta, no sin antes hacer una paradita en los servicios, lugar obligado para dar alivio a la cantidad de líquidos que nos estábamos metiendo entre pecho y espalda y que empezaban a causar estragos, y en un kiosko de prensa donde nos agenciamos Le Monde y L´equipe (para el Juli que no perdona los deportes ni estando de vacaciones).

Pocas paradas de metro más adelante salimos a la superficie delante del arco del triunfo. Dificil la foto sin que salga algún japonés tapándote medio arco, pero un poco de paciencia y fotazo para la posteridad. Además te paras en la mediana de los Campos Elíseos en los pasos de peatones y voilá, otra foto guapa. Estaba el día tan claro que se apreciaba la gente que estaba en la parte de arriba del arco. En la parte interior del arco hay colocada una bandera de la república de un tamaño descomunal. Ya que el sol apretaba, bajamos dirección a la Place de la Concorde por el lado de la sombrita. Me sorprendió la cantidad de gente, y por supuesto la cantidad de coches deportivos. Debe ser que para el que tiene uno, el sitio auténtico para pasearlo y que sin duda te miren son los Campos Elíseos. Me da escalofríos imaginarme los tanques alemanes desfilando por estos adoquines, claro que se me quita imaginandome a Alberto Contador cruzando la meta para ganar el tour.

Si vas justo de pasta y huyes de la estocada monumental de la comida en esta ciudad, el macdonald de los Champes Elysées es una opción, por precio y porque tienen una cosa que no está mal: el mccafé que ofrece un café medianamente decente, yo diría que hasta mejor que el líquido que te ponen en starbucks y unas pastitas de colores que sabían a polvorones de Estepa. Bueno vale no tanto, pero se daban un aire. Después de comer y de auxiliar a una anciana que se desmayó a la entrada del mcdonald (estos sitios no están aclimatados a estas temperaturas), proseguimos ruta hasta el obelisco egipcio que hay en la Place de la Concorde, también conocido como el enésimo mangazo del imperio francés.

Pero esto lo contaré en la tercera y última entrega de esta aventura familiar en Lutecia que ya debeis estar cansados de batallitas, si es que habéis llegado hasta aquí.
à tout à l'heure.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Aventura familiar en Lutecia .I

Poniendo como excusa la comunión de mi hija pequeña, el pibón y yo organizamos un corto pero intenso viaje a París para toda la familia, aprovechando que con la bulla que se forma en las casetas y la cantidad de polvo en suspensión no se cabe en esta feria de Sevilla, nos pegamos cuatro días que siempre recordaré. Sobre todo porque para cuando me falle la memoria o el Sr. Alzheimer venga con más frecuencia de la deseada a tomar café en casa, siempre podremos tirar de los ¡¡6 gigas de foto y video que nos hemos traído, gracias al pibón y a su interminable, inagotable e impagable afición a la fotografía digital.

La nube de ceniza que se pasea por Europa últimamente trajo, si cabe, más emoción a este viaje. Nos dio ese punto de improvisación que siempre hace que los viajes salgan bien. Ese no saber el día antes si podríamos volar o no. Creo que el cupo de suerte para este año ya lo hemos agotado. El primer día de “normalidad” en el tráfico aéreo coincidió con nuestra salida hacia París.

Encajados en los “cómodos” asientos del avión y mientras intentaba dormitar, como el anuncio de Master Card, la cara de todos al despegar el vuelo, no tenía precio. Salimos y llegamos a la hora prevista y allí estábamos con el equipaje justo y más hambre que un caracol en la vela de un barco, delante de un hotel en Disneyland que tenía pinta de camarote de barco, con unos jardines increíbles, todo de color azul y blanco como la bandera de Huelva y a 28 grados de temperatura. A tomar por saco los polares del decatlón y a acordarnos de los consejos de todo el que había estado antes (“llévate ropa de abrigo que hace un frío que te cagas”, “algún día te llueve seguro”…). Que no señores que la excepción que confirma la regla había llegado con nosotros a la capital de la Galia. A medio día más calor que durmiendo la siesta en un sofá de escai. Y así todos los días. Otra prueba más del cambio climático. Os acordáis del primer episodio de fast forward, con todo el mundo tirado por los suelos durante un par de minutos? Pues así estaba París, sembrada de gabachos tirados por todas partes tomando el sol.

Pues nada, allí estábamos, perdón, estaba porque la mayoría de la tropa había desaparecido en el vestíbulo cámara en ristre, en el mostrador de recepción del hotel New Port Bay (mola el nombre, eh?). Absorto en recordar mis oxidadas nociones de francés y pensando en el bon jour o a ver cómo me entiendo con la recepcionista que tenía un careto de all bran importante, cuando va la señorita y se deja caer con un sonoro,"…españoles?" Juro por la patilla de mis ray ban a las que tanto eché de menos en este viaje, que ni había abierto la boca. Pues sí, de Sevilla. Genial yo soy de Cádiz. Gensanta, de Cádiz. No tardó ni dos minutos en hacerme firmar varios formularios, darme las llaves de las habitaciones y en endiñarme un tocho de papeles, folletos, planos del parque, lugares recomendados, lista de restaurantes, horarios de desayunos, pases para los parques, bonos para las comidas, reservas, etc, etc. Agradecido por sus atenciones y mareado por sus recomendaciones emprendimos la peregrinación hasta las habitaciones.

Y digo bien, peregrinación. El hotel es impresionantemente grande y para llegar a la habitación podías tardar fácilmente diez o quince minutos de pasillos enmoquetados, perfectamente tematizados como el interior de un barco. Agradecido por la canonización del inventor de las maletas con ruedas, nos instalamos en las habitaciones. Otros diez minutos para dejar las maletas, pillar las entradas, la cámara y rumbo al restaurante Blue Lagoon, junto a la isla de la aventura de piratas del Caribe, con más hambre que vergüenza. Y a partir de aquí a todo lo imaginable, del mundo Disney. Pondré algunas fotos y las iré actualizando periódicamente porque tengo como para una serie de documentales.

Después de comer, paseíto en barca por la atracción de piratas del Caribe y a dar una vuelta por el parque, recalando en un extraño artilugio de dudosa pinta a la que me arrastraron de manera sibilina: el Space Mountain. Basado en las historias de Julio Verne en "de la tierra a la luna", lo que más mosqueaba eran los gritos apagados que oía mientras esperábamos para montarnos. Señores, ni comparación con lo que era en realidad. Una especie de montaña rusa a oscuras, o eso, o fui todo el trayecto con los ojos cerrados, cuya parte estrella era cuando te disparaban en un cañón, pasando de 0 a 100 km/h en cuatro segundos. Salí de aquella “atracción” como si me sobrara piel del cuerpo. Fue en lo único que me monté que despegó mi cuerpo del suelo. Eso y el avión de regreso.

El parque es como un gran decorado de película, pensado hasta el último detalle para no parar de mirar y de pasear, y perfectamente orientado para que prácticamente cualquier persona pueda disfrutar y divertirse, eso sí, cada uno a su manera. A unos les alucina la torre del terror y otros flipamos con las atracciones de efectos especiales, la ambientación, los coches y las motos antiguas.

Y por supuesto, todo el parque está continuamente transitado por personajes Disney de todas las épocas y para todas las edades. El pibón se retrató con Ratatouille, los niños con todo lo que quisieron y pudieron aunque para mí la foto más chula era la de Suli, el personaje azul y gigantón de Monstruos S.A. y el juntaletras...bueno ya os pondré una foto.

Fantástico y agotador.

Hermanos, en el siguiente episodio contaré más cosas de nuestra expedición a la ciudad de París. A más ver. Fin de la primera puntatta.