Continuando con el relato de la escapadita gabacha, voy a contaros cosas de la excursión a la ciudad de París. Tras dos días intensivos en los parques que inventara nuestro crionizado amigo Walt, decidimos hacer un impass y respirar otros aires y otro ambiente.
Así que después de desayunar como campeones y de pertrechar el bolso de mi hija Marta hasta la bola de croasanes, nos encaminamos a la estación de trenes de cercanías de Marne –la Vallé que está muy cerca de nuestro alojamiento y de los parques, nos sacamos unos bonos de transporte para toda la tropa y vamos que nos vamos.
Tengo que recomendar una especie de guía de viaje que nos bajamos de internet de un blog de alguien que lo tituló, un día en París. Genial si tu objetivo es castigar bastante la suela de los zapatos, disfutar con lo que ves y que tu bolsillo se entere lo menos posible.
Tras alguna peripecia por el metro, emergimos a la superficie de la ciudad junto al Hospital de los Inválidos. Edificio dedicado a museo del ejército con una colección de cañones de todos los tamaños, modelos y con el marchamo colocado de las batallas en las que habían participado. Aparte de para estos menesteres, este edificio alberga también la tumba del petit cabrón (como diría mi admirado Pérez Reverte), comunmente conocido como Napoleón Bonaparte.
Inmensas praderas de cesped te llevan hacia el Puente de Alejandro III. Tanto verde parecen interminables campos de fútbol, aunque había cartelitos por todas partes donde prohíben expresamente echar una pachanguita (“Juego de balón estrictamente prohibido”), pero la realidad era que había grupos con porterías improvisadas con mochilas. Días como estos no deben ser muy habituales por estos lares. Paseando por esta zona un traseunte de traje oscuro le preguntó a Juli por el Hospital de los Inválidos a lo que el colega le indicó perfectamente en no se qué acento. Casualidad absoluta. Lo único que conocía de París hasta ese momento, qué tío.
Pasamos a la otra orilla del Sena, cruzando este puente, construido en honor parece ser de algún Zar de todas las Rusias y nos encaminamos hacia las cercanías de la torre Eiffel, pasando junto a la estatua de La Fallette. En este parquecito abordó al pibón una mujer que le preguntaba si se le había caído un anillo de oro que acababa de encontrar (cuidadín con esta gente que lo unico que intentan es sacarte la pasta). A la voz de taluego lucar y más mosqueado que un pavo en navidad, continuamos camino flipando con los barcos vivienda amarrados en los muelles en dirección al siguiente puente que nos devolvía a la ruta hacia la torre Eiffel.
Antes de llegar a la torre, nos encontramos con un edificio con la fachada cubierta literalmente de cesped, hasta la azotea. Me encantaría ver cómo lo cortan cuando crece, tiene que ser divertido, porque para regarlo ya tiene un riego automático que salpica de lo lindo. Unos metros más adelante y al doblar una esquina, ahí está el armatoste de hierro universal que ideó el amigo Eiffel para la expo y que inauguraron en 1.889. Nos hicimos las fotos de rigor, nos compramos un helado, nos sentamos un rato en el cesped a cepillarnos algún croisant y Marta disfrutó trapicheando y regateando con los negros que te venden llaveritos de la torre.
Ambientazo, donde los haya. Mientras cientos de personas hacían cola para subir, cientos de personas se hacían fotos y cientos de personas intentaban venderte cualquier cosa. Aquí evidencié que París debe ser la ciudad más visitada del mundo. O eso, o estaba a punto de salir la Macarena.
Continuamos nuestro paseo, cruzando hacia la Plaza del Trocadero (el mejor sitio sin duda para las fotos de la torre y de los campos de Marte), donde descansamos un buen rato mientras un grupo de bailarines tipo “fama a bailar” hacían las delicias de la afición. Detrás, un grupo de manifestantes reivindicaban el recuerdo de las personas que murieron en la catástrofe nuclear de Chernobyl (te ponía los vellos de punta la pradera llena de fotos de los muertos). Digo yo que debe ser un lugar muy concurrido para las protestas porque justo al lado de la entrada del metro había una manifestación de inmigrantes que parecían cabreados por la nueva legislación francesa sobre estancia en el país.
Después de bordearlos (rodearlos para entendernos), nos dirigimos al metro camino de la Place Charles de Gaulle y por tanto al Arco del Triunfo. En el metro está todo bastante indicado y sin muchas dificultades encontramos la línea correcta, no sin antes hacer una paradita en los servicios, lugar obligado para dar alivio a la cantidad de líquidos que nos estábamos metiendo entre pecho y espalda y que empezaban a causar estragos, y en un kiosko de prensa donde nos agenciamos Le Monde y L´equipe (para el Juli que no perdona los deportes ni estando de vacaciones).
Pocas paradas de metro más adelante salimos a la superficie delante del arco del triunfo. Dificil la foto sin que salga algún japonés tapándote medio arco, pero un poco de paciencia y fotazo para la posteridad. Además te paras en la mediana de los Campos Elíseos en los pasos de peatones y voilá, otra foto guapa. Estaba el día tan claro que se apreciaba la gente que estaba en la parte de arriba del arco. En la parte interior del arco hay colocada una bandera de la república de un tamaño descomunal. Ya que el sol apretaba, bajamos dirección a la Place de la Concorde por el lado de la sombrita. Me sorprendió la cantidad de gente, y por supuesto la cantidad de coches deportivos. Debe ser que para el que tiene uno, el sitio auténtico para pasearlo y que sin duda te miren son los Campos Elíseos. Me da escalofríos imaginarme los tanques alemanes desfilando por estos adoquines, claro que se me quita imaginandome a Alberto Contador cruzando la meta para ganar el tour.
Si vas justo de pasta y huyes de la estocada monumental de la comida en esta ciudad, el macdonald de los Champes Elysées es una opción, por precio y porque tienen una cosa que no está mal: el mccafé que ofrece un café medianamente decente, yo diría que hasta mejor que el líquido que te ponen en starbucks y unas pastitas de colores que sabían a polvorones de Estepa. Bueno vale no tanto, pero se daban un aire. Después de comer y de auxiliar a una anciana que se desmayó a la entrada del mcdonald (estos sitios no están aclimatados a estas temperaturas), proseguimos ruta hasta el obelisco egipcio que hay en la Place de la Concorde, también conocido como el enésimo mangazo del imperio francés.
Pero esto lo contaré en la tercera y última entrega de esta aventura familiar en Lutecia que ya debeis estar cansados de batallitas, si es que habéis llegado hasta aquí.
à tout à l'heure.
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