miércoles, 12 de mayo de 2010

Aventura familiar en Lutecia .I

Poniendo como excusa la comunión de mi hija pequeña, el pibón y yo organizamos un corto pero intenso viaje a París para toda la familia, aprovechando que con la bulla que se forma en las casetas y la cantidad de polvo en suspensión no se cabe en esta feria de Sevilla, nos pegamos cuatro días que siempre recordaré. Sobre todo porque para cuando me falle la memoria o el Sr. Alzheimer venga con más frecuencia de la deseada a tomar café en casa, siempre podremos tirar de los ¡¡6 gigas de foto y video que nos hemos traído, gracias al pibón y a su interminable, inagotable e impagable afición a la fotografía digital.

La nube de ceniza que se pasea por Europa últimamente trajo, si cabe, más emoción a este viaje. Nos dio ese punto de improvisación que siempre hace que los viajes salgan bien. Ese no saber el día antes si podríamos volar o no. Creo que el cupo de suerte para este año ya lo hemos agotado. El primer día de “normalidad” en el tráfico aéreo coincidió con nuestra salida hacia París.

Encajados en los “cómodos” asientos del avión y mientras intentaba dormitar, como el anuncio de Master Card, la cara de todos al despegar el vuelo, no tenía precio. Salimos y llegamos a la hora prevista y allí estábamos con el equipaje justo y más hambre que un caracol en la vela de un barco, delante de un hotel en Disneyland que tenía pinta de camarote de barco, con unos jardines increíbles, todo de color azul y blanco como la bandera de Huelva y a 28 grados de temperatura. A tomar por saco los polares del decatlón y a acordarnos de los consejos de todo el que había estado antes (“llévate ropa de abrigo que hace un frío que te cagas”, “algún día te llueve seguro”…). Que no señores que la excepción que confirma la regla había llegado con nosotros a la capital de la Galia. A medio día más calor que durmiendo la siesta en un sofá de escai. Y así todos los días. Otra prueba más del cambio climático. Os acordáis del primer episodio de fast forward, con todo el mundo tirado por los suelos durante un par de minutos? Pues así estaba París, sembrada de gabachos tirados por todas partes tomando el sol.

Pues nada, allí estábamos, perdón, estaba porque la mayoría de la tropa había desaparecido en el vestíbulo cámara en ristre, en el mostrador de recepción del hotel New Port Bay (mola el nombre, eh?). Absorto en recordar mis oxidadas nociones de francés y pensando en el bon jour o a ver cómo me entiendo con la recepcionista que tenía un careto de all bran importante, cuando va la señorita y se deja caer con un sonoro,"…españoles?" Juro por la patilla de mis ray ban a las que tanto eché de menos en este viaje, que ni había abierto la boca. Pues sí, de Sevilla. Genial yo soy de Cádiz. Gensanta, de Cádiz. No tardó ni dos minutos en hacerme firmar varios formularios, darme las llaves de las habitaciones y en endiñarme un tocho de papeles, folletos, planos del parque, lugares recomendados, lista de restaurantes, horarios de desayunos, pases para los parques, bonos para las comidas, reservas, etc, etc. Agradecido por sus atenciones y mareado por sus recomendaciones emprendimos la peregrinación hasta las habitaciones.

Y digo bien, peregrinación. El hotel es impresionantemente grande y para llegar a la habitación podías tardar fácilmente diez o quince minutos de pasillos enmoquetados, perfectamente tematizados como el interior de un barco. Agradecido por la canonización del inventor de las maletas con ruedas, nos instalamos en las habitaciones. Otros diez minutos para dejar las maletas, pillar las entradas, la cámara y rumbo al restaurante Blue Lagoon, junto a la isla de la aventura de piratas del Caribe, con más hambre que vergüenza. Y a partir de aquí a todo lo imaginable, del mundo Disney. Pondré algunas fotos y las iré actualizando periódicamente porque tengo como para una serie de documentales.

Después de comer, paseíto en barca por la atracción de piratas del Caribe y a dar una vuelta por el parque, recalando en un extraño artilugio de dudosa pinta a la que me arrastraron de manera sibilina: el Space Mountain. Basado en las historias de Julio Verne en "de la tierra a la luna", lo que más mosqueaba eran los gritos apagados que oía mientras esperábamos para montarnos. Señores, ni comparación con lo que era en realidad. Una especie de montaña rusa a oscuras, o eso, o fui todo el trayecto con los ojos cerrados, cuya parte estrella era cuando te disparaban en un cañón, pasando de 0 a 100 km/h en cuatro segundos. Salí de aquella “atracción” como si me sobrara piel del cuerpo. Fue en lo único que me monté que despegó mi cuerpo del suelo. Eso y el avión de regreso.

El parque es como un gran decorado de película, pensado hasta el último detalle para no parar de mirar y de pasear, y perfectamente orientado para que prácticamente cualquier persona pueda disfrutar y divertirse, eso sí, cada uno a su manera. A unos les alucina la torre del terror y otros flipamos con las atracciones de efectos especiales, la ambientación, los coches y las motos antiguas.

Y por supuesto, todo el parque está continuamente transitado por personajes Disney de todas las épocas y para todas las edades. El pibón se retrató con Ratatouille, los niños con todo lo que quisieron y pudieron aunque para mí la foto más chula era la de Suli, el personaje azul y gigantón de Monstruos S.A. y el juntaletras...bueno ya os pondré una foto.

Fantástico y agotador.

Hermanos, en el siguiente episodio contaré más cosas de nuestra expedición a la ciudad de París. A más ver. Fin de la primera puntatta.

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