
Mi primer contacto con las bicicletas fue con 7 u 8 años. Mi hermano mayor nos regaló a mi hermana y a mí una bicicleta plegable, que nunca plegamos por cierto pero era la moda del momento, de marca rabasa derby de color blanco. Al poco tiempo y aprovechando que mi hermana pasaba un poco de la bici, entre otras cosas porque había que bajar y después subir, 80 escalones cada vez que queríamos sacarla, acabé adueñándomela.
Pocos años después, a mis amigos y a mí nos dio por lo que hoy denominaríamos tunear la burra. Claro que con muy pocos medios, y siempre buscando que la bici se pareciera cada vez más a lo que nunca podría ser: una moto de motocros. Cualquier cosa. Así que dicho y hecho y manos a la obra. Le desmonté los guardabarros, le compré por 35 pelas un manillar de moto de segunda mano con más óxido encima que el Titanic, le quité todas las pegatinas y le puse unas de montesa y bultaco que compré en una tienda de motos. Unos vaqueros guarrillos y una camiseta de mangas largas blanca con el logo de bultaco que me regaló mi hermano. De esta guisa nos íbamos a un circuíto de motocros que se llamaba las lomas, en las afueras, dirección Camas. Creo que salí tres veces, a la que hizo cuatro volví a casa con una mitad de la bicicleta en cada mano, lo que se llama reventar el cuadro, y algún que otro kilo de polvo del camino por encima. Unos puntitos de soldadura del herrero del barrio Voluntad y a la carga otra vez. Así hasta que ya mejor para qué la vamos a sacar del lavadero, que allí no estorba a nadie. Finalmente, en una de esas fiebres de tirar cosas “inútiles” que le daban a mi padre, lo que quedó de mi rabasa derby modelo all terrain hasta la muerte, fue a la basura.
Tuve otro romance con la bici mientras hacía la carrera. Ir a la facultad en bicicleta me daba cierta independencia y libertad para entrar hasta los bajos de la escalera de la Facul (estudié la carrera en plena transición, una etapa muy divertida en la universidad), hasta que lo prohibió el decanato con la excusa de que habían hecho unos aparcamientos muy monos en la puerta. Un día que fui a mirar la nota de un parcial de Civil, que para colmo suspendí, fue el último día que ví y disfruté de mi bh roja con tres velocidades y frenos cantilever. No me dejaron ni el pitón con que la amarraba. Cabrones, ojalá os pudráis en el infierno.
Bien, dicho esto, ya puretón y dueño de mi frigorífico, con esa curva que no se a quien hace feliz y que te obliga a desarrollar el oído para poder mear dentro, retomé mi afición a la bicicleta. Empecé con una del decathlon de oferta que aún conservo para moverme por mi pueblo y a la que le dí una caña tremenda en mis primeras salidas campestres (otro día las cuento…). Tres años después, pedí con verdadero fervor a mi ídolo Baltasar (el que con sus colegas solo trabaja una vez al año), alguna burra más en condiciones. Este con la colaboración del Corte Inglés me trajo una B-pro zs1 que desde ese día se ha convertido en mi compañera de correrías por campos, sierras y playas de los alrededores. Casi siempre salgo con vecinos, amigos o el pibón a los que no les da vergüenza salir con un tipo con culotes y casco a dar un paseito mañanero los domingos. Os confieso que es, como dije al principio de empezar con esta aventura virtual, uno de mis placeres favoritos. Echar un par de horitas por el campo en otoño o primavera (para mi las mejores épocas) me recargan para toda la semana. No sé hasta cuándo podré continuar con esta afición, pero mientras las piernas y el culo aguanten, seguiré madrugando los domingos para hacer el cafre por el campo. Os he puesto una foto de mi bici en la barcaza de Coria cruzando el Guadalquivir.
Nos vemos por los caminos. Un saludo patós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario