martes, 6 de octubre de 2009

Por qué no me gusta ir a la peluquería

El tema de ir a la peluquería, también llamada barbería, desde la época en que calzaba zapatos gorila y jugaba al frontón con la pelota de goma que traía la caja, hasta el viernes pasado ha cambiado un poquito. Con según qué edades, mi batalla por aguantar el pelo largo duraba unos tres meses, o incluso más, teniendo que firmar un honroso armisticio con mi padre, bien negociado, valga la presunción, que acababa con una visita a la peluquería del Corte Inglés de la Plaza del Duque y un repostaje en la confitería Ochoa de la calle Sierpes, templo santuario del mejor batido artesano de caramelo del planeta. Imagino que al ser las visitas al cortapelos tan espaciadas, daba tiempo a amortizar el coste de la negociación. Lo mejor, el batido y las revistas. Lo peor, los picores de pelo bajo la camisa y las cosquillitas en la nariz de los pelos que te caen por la cara que no paras de resoplar.

Hoy, la itv de pelos la paso cada menos tiempo y en una peluquería de mi pueblo. El asunto de tener que ir peinadito y maqueado al trabajo hacen que vaya con más frecuencia. Bueno, eso y que también cada vez hay menos zona en la que cortar. Ya sabemos, lo del crecimiento irregular que muchas veces acaba en un peinado a lo José Oneto. Está claro. Cuando en el combate entre la espuma delyplus del mercadona y mi cabeza no sabes quién puede resultar damnificado, es hora de ir al barbero.

Así que ni cortés ni valiente y sin haberlo planeado, me planté en la peluquería. Buenas tardes, tiene Ud. Cita?...Eeeh no. Bien no hay problema si se espera 10 minutos, enseguida le atendemos. Le importa cortarse el pelo en la zona de peluquería de sras?. Sin problema. Me pillo mi revista para encelogramas sin pretensiones, tipo QO, Interviu, o lo más heavy, la prensa del día y a esperar.

La cosa fue tipo flashback, de pronto me vi sentado en una silla que no en un sillón de barbero, con los siguientes flancos amenazantes: a estribor señora con un potingue en la cabeza que le chorreaba por el cuero cabelludo, aderezado con canutitos de papel de plata y un rulo en la mollera. A babor, paquete hormonal de cabellera rubia de tinte de oferta a la que le han colocado una especie de antena parabólica por detrás en un soporte de pie que parece que le lanza radiaciones y que me da la impresión de que igual le estan traspasando la corteza cerebral, o eso o los rabillos de los ojos que lleva pintados se los ha hecho a oscuras. Mientras el peluquero hacía su trabajo, (laterales con la maquinilla al cuatro y medio, que me pueda peinar a la raya por favor y las patillas un poco más cortas), empecé a sentir en las sienes las miradas de reojo de dos galeones posicionándose al pairo del viento para lanzarme una buena andanada de “qué coño hace un tío aquí´. Tenía la sensación de haberme colado sin querer en el servicio de mujeres. No se qué hubiera pasado si le hubieran estado haciendo la cera a alguien, aunque fuera el bigote. Dios, sólo de pensarlo…seguramente hubiera sido lapidado sin compasión o acribillado con bigudíes. Afortunadamente, por lo que ya he dicho, en cortarme el pelo se tarda poco, así que en quince minutos el peluquero, no se si empujado por la expresión de mi cara decidió ofrecerme un lavado de pelo. Puf, menos mal, ya llega la caballería. Para lavarte el pelo estás un poco en zona neutral, ni en la zona de caballeros ni en la de señoras. Toque final de masajito capilar con un acondicionador a la menta y vamos que nos vamos. Joder, salí de allí un poco como buscando oxígeno, con la necesidad imperiosa de hablar de futbol, ponerme una camiseta de tirantas, liquidarme un botellín fresquito y darle un achuchón a mi pibón, lo que viene siendo reivindicar mi condición unicelular masculina.

Espero no volver hasta el puente de la Inmaculada o igual tengo que recuperar las buenas costumbres y cepillarme un batidito de caramelo de Ochoa, con eso soy capaz de aguantar hasta una endoscopia.

Hasta la próxima puntatta, compañer@s.

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