La Place de la Concorde. Bueno, aunque los gabachos insisten en que fue un regalo de Egipto y que posteriormente los franceses correspondieron con un reloj que nunca funcionó, yo creo que habría que preguntar a los egipcios. De todas formas, santa Rita Rita y aquí está este imponente obelisco en el centro de la plaza. No sé si en el mismo lugar pero cerca de donde se ubicó el gran invento de la revolución francesa: la guillotina, de tan aciago recuerdo para Luis XV y María Antonieta. Es absolutamente impresionante y en una de sus caras está representada la forma en que se desmontó y transportó en barco hasta París. Lo que viene siendo una auténtica peoná. Está coronado por una especie de pirámide dorada.
Apoyados en la fuente de la plaza y relajados por el fresquito de las gotas que salpicaban, se veía a lo lejos el museo del Louvre, más allá de los jardines de las Tullerías. Ya he dicho que el tiempo en estos días de abril ha sido increíble, algo afortunadamente habitual para los que venimos del sur pero para estas criaturitas, cuatro días de sol de justicia era la maravilla de las maravillas.
Las Tullerías es un inmenso jardín que acaba a las puertas del Louvre y que en este brillante día de abril que nos tocó, parecía un documental de la 2 con cientos de lagartos al sol, quiero decir personas humanas. Flores de todos los colores, estanques y estatuas (o a lo mejor eran parisinos tostados), gente leyendo sentados en sillas alrededor de lagos artificiales, muchísimo vendedor ambulante de bebidas, ninguna alcohólica por cierto. Si quieres alcohol en París, más vale preparar la visa para el susto. Y por supuesto cienes y cienes de visitantes como nosotros que no podíamos por más que disfrutar del momento y del camino.
Al final de las Tullerías, nos encontramos con un arco coronado por una escultura de una cuadriga dorada. Parece que este arco lo mandó construir Napoleón en un alarde de autobombo porque ganaba siempre en los juegos de guerra. Si te alineas correctamente puedes ver a través del arco, la pirámide de cristal del museo del Louvre.
A la derecha y cruzando nuevamente el Sena (este río tiene más puentes que…vale no voy a hacer el chiste fácil de los funcionarios que anda la cosa jodida últimamente), llegamos a la zona donde están los buquinistas, puestos de libros usados, publicaciones y revistas antiguas, láminas y reproducciones…lo que viene siendo mi paraiso particular. Compramos algunas láminas que adornan enmarcadas en casa y que se encargan de recordarme cada día el sitio de donde vinieron.
A estas alturas estábamos un poco como los corredores de maratón en el km. 40 de carrera, así que cruzamos Le petit pont nos hicimos un par de fotos con Notre Dame de fondo y a buscar la boca de metro más cercana.
Metro-tren-hotel, cómo era aquello… “crisol de culturas” o “cubata de razas”, en fin, alojados en un vagón de metro/tren de cercanías de dos plantas, rumbo al hotel, nos repartimos para poder descansar estos cuerpos humanos tan maltratados por las caminatas parisinas. Me encalomé como pude en el piso superior del vagón. De frente en los cuatro asientos del fondo, un grupo de africanas con vestidos multicolores reían y vociferaban en vaya ud. a saber qué lengua. A mi izquierda, dos colegas con gorros rastafaris con la bandera de Jamaica dormitaban tranquilamente. Detrás, una familia oriental daba de comer a un niño. Fin de trayecto en la estación de Marne-La Vallé, hacia las siete y media de la tarde. Pero ojo, que aún no toca descansar que tenemos mesa para cenar en el café de Mickey. Al hotel, a la ducha y a rematar el día.
Has intentando cenar en un sitio donde Goofi, Pluto, Mickey y todos sus colegas andan correteando de mesa en mesa, cantando cumpleaños feliz a los afortunados y sin parar de bailar? Difícil no? Pues lo conseguimos…el postre para los “niños” era un bufé de chuches…las hamburguesas tenían forma de Mickey…para los niños estaba siendo como unos reyes magos que duran mucho más de un día…y debo confesar que para mí, la mayor parte del viaje también lo fue.
El día que regresábamos nos dio tiempo a emplear la mañana en hacer algunas compras de recuerdos y regalitos en los parques y en acabar de reventar la cámara de fotos y las atracciones que se ponían a tiro. Nos pulimos para comer unos perritos calientes (más bien perrazos) que nos os voy a decir lo que parecían, pero tengo, como no podía ser de otra forma, fotos del evento.
Volando de regreso, el pibón y yo brindamos con una copa de cava (en vaso de plástico, ya sabemos cómo va esto de los vuelos) que nos supo a gloria.
Fin de la tercera puntatta y del viaje. Si me acuerdo de más cosas, volveré a palizearos.
A bien tôt mes amis. Estos gabachos son cursis hasta para despedirse pero no puedo negar que parece que cantan cuando hablan.